viernes, junio 13, 2008

Locked-In

Sumido en la más terrible depresión, Jean escucha con desgano al terapeuta. “Siguiendo unas cuantas reglas simples, podemos establecer mecanismos de comunicación.” Jean Dominique sólo lo observa. “Es un método muy sencillo. Seguiremos el alfabeto y tú parpadearás para elegir una letra. ¿Quieres intentarlo ahora?”

Valdría la pena poder expresarse con la fluidez que su mente requiere, para maldecir a la madre del terapeuta, para invocar a Azrael y que se apiade de su vida, para pedir la cicuta, para blasfemar. Todo lo que puede hacer es cerrar el párpado izquierdo con fuerza (el párpado derecho esta clausurado permanentemente con una sutura) y mover algún indefinido músculo del cuello. Dos parpadeos significan “No”. “Vamos monsieur Bauby” insiste la sicóloga. “Será magnífico, tendremos la oportunidad de...” Pero es interrumpida por el violento pivoteo de la cabeza de Jean.

“Está bien. Lo intentaremos cuando estés de mejor humor” El ortofonista se retira sólo para ser sustituido por algún otro visitante. Enfermeras, auxilia­res, fisioterapeutas, una psicóloga, dos neurólogos, ocho internos y el médico principal, quien entra para desalojar ese circo, incluyendo a los parientes

Eva, la nueva enfermera, está siendo aleccionada de los cuidados que deberá brindar a Jean. “Es incapaz de moverse, con excepción del párpado” dice Bárbara, la enfermera de cabecera. La novata mira al enfermo, ansiosa de saber más “Sufre una extraña enfermedad que los neurólogos ingleses han llamado ‘Síndrome Locked In’. Es incapaz de moverse, pero su mente está intacta”

La noche llega pronto y Eva se concentra en las atenciones que debe darle después de las diez. Cambiar el suero, incluir medicamentos y asearlo. Ella utiliza un aparato de succión para limpiar la saliva de la boca de Jean, quien, incapaz de tragarla, podría ahogarse con ella. Jean babea tranquilo, dormido, pero el movimiento lo despierta.

Ahora, despertar es prolongar su tortura. Quiere seguir dormido y sumergirse en mejores épocas, cuando ignoraba que alguna vez le sería vedado el placer de rascarse la nariz. Sueña que huye de ese martirio, volando, literalmente, con alas de mariposa. Sueña que corre, que bebé agua simple. Sueña también que se estira y bosteza, que hace llamadas telefónicas. Pero sobre todo, ha soñado que ama, que tiene sexo con su amante y con su esposa. Mientras piensa en sus sueños y Eva lo arropa, la enfermera sorprende a Jean mirando hacia sus senos.

Incapaz de adivinar que hay en la mente de Jean, la primera reacción de Eva es similar a la que tendría con cualquier mirada masculina: Jala su chaqueta holgada con su brazo para ocultar la forma de sus senos. Pero duda un segundo. Algo sucede que se avergüenza de ocultarse. Jean sólo se lamenta de no sentir una erección, de ser todo él, un pellejo.

Casi como una travesura, Eva decide no ocultarse. Se retira la chaqueta y desabrocha la blusa. Se aleja de Jean, como si él pudiera ponerle la mano encima. Sin desabrocharse el sostén, desnuda sus blancos pechos y se los muestra a Jean por unos breves segundos. Jean Dominique Bauby sonreiría si pudiera. Agita la cabeza emocionado y desconecta el nodo de un monitor. Eva se cubre de nuevo al escuchar el pitido.

El cuarto se llena de nuevo. Eva queda marginada a los pies mientras seis personas revisan las terminales y terminan su aseo. Mientras tanto Jean piensa en esos hermosos pechos alabastrinos, tan bellos como para darles la portada de su revista. En su cerebro se activa la zona donde se forman las sonrisas de agradecimiento mas sinceras. Mañana verá al terapeuta, y en breve escribirá un libro con su método…